Este será un post galeria principalmente. Aunque soy aficionada a la fotografía de escena, soy muy mala turista, y siempre olvido hacer fotos. Pero, por suerte, eso no me ocurre en lo relacionado con el ballet y si que documenté los paseos relacionados con ello.
Por supuesto, muchas más anécdotas con los compañeros del programa de idioma ruso en la Universidad Politécnica y un antiguo amigo de mi universidad en París y su grupo de amigos. Anécdotas que me llevaron por San Petersburgo a todas horas del día y de la noche (La catedral de la Sangre derramada se convirtió en mi vista nocturna preferida, y cruzar el Nevsky Prospekt una necesidad) y por una pequeña ciudad cercana a la frontera estonia.
Cómo decía en el otro post, ninguna visita balletómana a San Petersburgo está completa sin una visita al teatro Mariinsky. En mi caso, yo no llegué en fechas, pero aún así me dí el paseo por la zona a la caída de la tarde, en uno de los momentos raros en los que la lluvia había dado un descanso (pero una oportunidad para la fotografía, con los grandes charcos que rodeaban el parking y reflejaban el edificio). Días después, también pasé por el canal que se cruza con el lateral del Teatro en un tour por los canales de la ciudad.
Pero esa tarde me dejó mayor recuerdo, aunque no tuvo la atmósfera festiva de la anterior vez que llegué al teatro (para una función de Leyenda del Amor con Ulyana Lopatkina). Me bajé por el triángulo de estaciones de metro en Sadovaya y andé un poco sin dirección fija buscando algún edificio esmeralda en el horizonte. La Plaza de Teatralnaya estaba sóla, salvo por un coche y un chófer arreglando su autobus.
Me acerqué a la puerta de entrada del teatro (cerrada, por supuesto), y mientras me ensimismaba mirando los carteles, cómo comenté en el anterior post, un hombre mayor se acercó a re-venderme un ticket para El Lago de los Cisnes en el Conservatorio Rimsky Korsakov. Estuve tentada de comprárselo, pero, hay igual que mi ruso, mis habilidades para regatear no están a la altura, y ver la gran cantidad de autobuses de cruceros congregados en la puerta del Conservatorio me hizo desistir.
Cómo el cartel de la exposición de Diana Vishneva me había dado la bienvenida, quería visitar el Museo Estatal de Música y Teatro Ruso (otra vez, esta es la web). Así que tras situarme por fin sobre dónde estaba el edificio (siempre había pasado por allí, pero siempre iba por el Nevski o la calle Rossi), una tarde me encaminé para allá sola.
El edificio del museo es la antigua sede de la Dirección de los Teatros Imperiales, una construcción palaciega en tonos amarillos cómo el teatro Alexandrinsky o la perspectiva de la calle Rossi. Entré timidamente esperando un vestíbulo de museo al uso, pero me encontré con una puerta a una cafetería y un guardia en su garita. Con una sonrisa, pregunté cómo pude por el museo y me mandó a la tercera planta.
Cómo ya dije, primero me escabullí hacia la exposición de Vishneva, pero sacar la cámara me delató, y una de las conserjes/dvorniks del Museo me llevó a sacar el billete. Fue divertido, pero gracias al carnet de la Politécnica de San Petersburgo (dónde estudié dos semanas, aunque ponía 2 años), podía pasar gratis cómo estudiante rusa aunque masacrara el idioma.
Tras ver la exposición de Vishneva, quería pasarme a echar un ojo a la exposición general, pero otra vez vino tras de mi la dvornik a pedirme que sacara otro ticket si quería ver esa parte porque aunque la puerta estaba abierta, no había nadie visitando. Así que otra mujer mayor se levantó y me pidió que la siguiera mientras encendía el cuadro de luz del pasillo.
Agradecí mucho la calidez de la mujer (que no se presentó, así que no tengo quien dar las gracias) que intentó explicarme lo que pudo aunque no hablaba inglés ni francés, y yo también intenté presentarme en ruso (la pobre no comprendía que hacía un chiquilla española sola por allí). Al final, la frase común fue «Muchacha, smotri (Mira)´´, pero la mujer permaneció conmigo durante gran parte de la visita señalándome los objetos de bailarines.
Cómo dicen por ahí, no es conveniente intentar cambiar la opinión de una babushka (abuela), así que, cuando la buena mujer decidió que debería de tener un recuerdo propio de la visita, me callé, le di la cámara, sonreí y posee junto a las escaleras en la sala dedicada al futurismo. También, tras hacerme firmar en el libro de visitas, me volvió llevar a otra de las salas que ya visité, y me sentó en un trono modernista que decoraba el centro de la habitación, con la sorpresa de que al tener peso el mecanismo se activaba y daba vueltas, con la mujer con mi cámara dando vueltas alrededor tomándome fotos.
Tras despedirme de las mujeres bajé hacia la entrada, donde descubrí que una autómata en la que no me había fijado al entrar, se encendía y sonaba cuando pasaba la gente. Bueno, lo descubrí porque sin saberlo me paré al lado para ver el vídeo de Giselle que se estaba proyectando, y cuando se encendió me sobresalté audiblemente. Al principio pensaba que era el guarda quién la había encendido (pues parecía francamente divertido por la situación), pero luego comprendí el mecanismo.
Al final, salí del museo a la hora de cerrar con una sonrisa en los sabios y crucé todavía distraída de buen humor hacia la zona del Mikhailovsky (que está justo enfrente). Por allí me pareció volver a ver de refilón el coche en el que encontré al ex-amor la primera tarde (por la misma zona), lo cual fue suficiente para hacerme dar media vuelta y asustarme con respecto a pasearme por ese área.
Una selección de las fotos del museo. Intenté documentar lo mejor que pude (y pagué el ticket de fotografía), pero no quita de visitar el Museo.Las fotos, de mayor y menor mérito, son todas mías, por eso me atrevo a ponerles el sello del blog.
Deja una respuesta