Un relato corto de Francisco Delgado Montero sobre el bailarín Vaslav Nijinsky que aparece completo en intratextos.com, y del que adjunto dos capítulos
La locura que paralizó la danza
(A partir de la biografía imaginaria de Rómola Nijinski sobre su marido)
Por Francisco Delgado. Doctor en Psicología. Escritor
Cap. 1: La esquizofrenia, una grieta en la mitad de la vida
Ha pasado casi un año desde aquel gélido 19 de enero en el que estalló la enfermedad de Vaslav. Cuando recuerdo ahora lo que ocurrió aquella tarde en el Hotel Suvretta House, con una cierta perspectiva temporal, pienso que lo podría haber previsto. O lo debería haber previsto; y debería haber anulado la actuación de ese día. Mi pobre marido lo estaba anunciando de múltiples e inquietantes maneras, cada día que pasaba, con más intensidad. Pero ahora me doy cuenta de que me angustiaba tanto verlo tan excitado y oír sus frases disparatadas, que prefería mentirme a mí misma con la idea de que sería un estado pasajero y que quizás no era tan grave; todos los artistas son raros y él además es un genio. Era el dios de la danza; el clown de Dios.
Desde ese día la pesadilla no ha finalizado. Hoy me he puesto a escribir estas líneas, no tanto para seguir el consejo de mis amigos que me animan a escribir un libro sobre Niyinsky para ganar un dinero tan necesario, como para poner un poco de orden dentro de mí misma. No me importa si un libro sobre la vida del gran Nijinsky escrito por su esposa va a producir muchas ventas y el dinero, que tanto necesitamos para los elevados gastos que hemos tenido todos estos meses: las consultas médicas, los ingresos en los Sanatorios, los viajes y tratamientos que ha iniciado y que seguirá necesitando. Pero aún no puedo decidir con una mínima serenidad qué acontecimientos de su vida quiero contar y cuáles silenciar; aún no tengo clara la historia de mi marido y menos aún su presente y su futuro.
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Estas cuartillas son un modo de poner un poco de orden en mi mente, por tanto sufrimiento y confusión. ¿Posteriormente escribiré el libro sobre su vida? Quizás, pero mucho más adelante. Cuando anide en mí la semilla de la esperanza.
Ahora, después de que Vaslav lleva seis meses ingresado en el Sanatorio Bellevue, en Kreuzlingen, aún me siguen resonando como martillazos en la cabeza las palabras “¡esquizofrenia!”, “¡esquizofrenia catatónica!”…
“¿¡Qué es eso!? ¡¿Qué es eso de que su personalidad está dividida?! Todos estamos divididos muchas veces en nuestros sentimientos y opiniones y no es ninguna tragedia”, pensaba al salir de la consulta del Dr. Bleuler ¿Por qué en el caso de Vaslav eso es tan trágico? ¿Y tan peligroso? Nunca podré olvidar aquella primera conversación con el psiquiatra; sus palabras se clavaron en mí como dardos y siguen dentro de mí, dolorosas, marcadas a fuego.
Al otro lado de la mesa, con su bata blanca, su expresión hierática, solemne, su mirada fija en mí y aquellas palabras que como un potente veneno ingerido, temí que me matarían en ese instante, que caería al suelo para nunca más levantarme:
– Señora, su marido tiene una enfermedad mental incurable. Incurable y peligrosa. Usted y su hija corren un serio riesgo viviendo con él. El consejo que debo darle, siguiendo mi conciencia de médico, es que pida el divorcio…
– ¡¿Pero… cómo le voy a abandonar en el estado en el que está?! ¡Le hundiría definitivamente!- contesté, apenas consciente de que las palabras salían de mis labios.
– Por desgracia su marido ya está definitivamente hundido…
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Y me siguió explicando cómo y por qué las esquizofrenias no tienen cura. Yo no entendía nada, no quería entenderle, ni quise seguir escuchando. Salí corriendo de aquel despacho, por los pasillos del hospital y seguí corriendo sin parar hasta el hotel, el hotel Baur de Zurich, desesperada. Me encerré en mi habitación; no quería que mi hermana Tessa me viera en ese estado; primero tenía que calmarme, reflexionar sobre las palabras del Dr. Bleuler y, sólo después, necesitaría hablar con ella. Tessa me aconsejaría bien. Ella sabía desde el principio mi historia de amor y admiración idolatrada por Vaslav. Y había estado presente, largas temporadas, en nuestra vida familiar; había sido testigo en los últimos meses de las extrañas conductas de mi marido; es una mujer práctica y con buen sentido común.
Pero antes de la conversación con ella, antes de que mis padres llegaran esa misma tarde a Zurich, mi decisión estaba tomada: no iba a dejar a mi esposo; no iba a iniciar ningún proceso de divorcio en el doloroso estado en el que se hallaba mi marido. Lo sigo amando. Y mi amor es mucho más fuerte que todas las recomendaciones de todos los doctores del mundo.
Además está nuestra hija. ¿Con qué derecho voy a separarla de su padre, por muy enfermo que esté, ella, que le adora y que se siente tan querida por él? Tiene cinco años. No puede decidir nada, soy yo la que debo decidir por ella; y estoy segura de que si me separara de Vaslav, de mayor Kyra me lo reprocharía toda la vida.
Pero ¿qué enfermedad es esa que, según el eminente psiquiatra, puede hacer que los enfermos puedan dañar, incluso matar a sus seres más queridos? No me lo creo. Al menos de Vaslav. Mi corazón me dicta otras palabras, me da la seguridad de que no nos va a hacer ningún daño físico. Lleva ya nueve meses en el infierno de la enfermedad y aún no ha hecho daño a nadie, excepto a sí mismo. Incluso poseído por su locura, escribe continuamente en un intento de calmarse y orientarse y lo que escribe produce
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más pena que alarma. El Dr. Frenkel vino a verle a casa al día siguiente de salir del Sanatorio Bellevue. Mientras hablábamos los dos en la habitación de al lado, Vaclav seguía escribiendo. Por la noche leí las últimas páginas del cuaderno. Ese día escribió:
“No iré a ver a mi mujer, pues el doctor no quiere. Me quedaré escribiendo. Que me sirvan la comida aquí. No quiero comer con la mesa cubierta con un mantel
.Soy pobre. No poseo nada y no quiero nada. No lloro mientras escribo estas líneas, pero el sentimiento llora en mí. No le deseo mal a mi mujer. La amo más que a nadie. Sé que si nos separan me moriré de hambre. Estoy llorando. No puedo reprimir las lágrimas que caen sobre mi mano izquierda y sobre mi corbata de seda, pero no quiero reprimirlas. Voy a escribir mucho pues presiento mi perdición. No quiero mi perdición y por eso le deseo amor a ella…”
Un hombre que en medio de la tormenta interior de su enfermedad escribe estas palabras, no puede ser un enfermo peligroso, que pueda agredir a sus seres queridos. Es la compasión y la ternura, el sentimiento que suscita la angustia y tristeza que le invade, como a un niño abandonado.
El mismo día que el Dr. Bleuler me intentó explicar la enfermedad y me aconsejaba divorciarme de él, llegaron mis padres a Zurich, alarmados por la noticia y con la intención de tomar las riendas de mi vida y la de mi hija. Pero cuando bajaron del tren, ya en el andén de la estación vi sus caras tensas, contraídas, reflejando mucho más nerviosismo y confusión que el que yo misma sentía. Yo estaba triste, desconcertada, pero con algunas ideas claras sobre qué hacer con Vaslav. Ellos estaban dominados por el miedo y la angustia. En cuanto llegaron al hotel mandaron a Tessa a dar un paseo con Kyra, se encerraron conmigo en su habitación, mientras Vaslav permanecía en la nuestra, tranquilo, escribiendo ese loco diario que empezó la misma noche del escándalo
en el Hotel Suvretta.
Mis padres intentaron convencerme de que el divorcio era la única salida, para mí y para Kyra.
– ¿Pero qué sabéis vosotros de mi marido? ¿Quién os ha metido en la cabeza que los enfermos mentales son peligrosos?- les grité.
– Tú misma nos lo acabas de contar. Es el consejo que te ha dado el Dr. Bleuler…
– Sí. ¡Pero también me dijo que es una enfermedad de la que se sabe muy poco, apenas nada de sus causas, ni de los síntomas! Yo soy su esposa y le conozco más que nadie – les dije con firmeza y conteniendo las lágrimas.
Lo que ocurrió a la mañana siguiente de esta conversación, jamás lo podré olvidar, ni, quizás, nunca se lo podré perdonar a mis padres. Lo que hasta ese día era un grave y doloroso problema, se convirtió en una pesadilla. Por la mañana, después de desayunar, mi madre me invitó a dar un paseo con ella por la ciudad, mientras Vaslav seguía tranquilo, tumbado en la cama, esperando el desayuno y mi padre deshacía los equipajes y ordenaba la habitación.
Al volver al Hotel, ya anochecido, entré en la habitación de Vaslav y la vi vacía. No estaba. Le grité a mi padre:
¡¿Dónde está Vaslav?! ¡¿Qué ha ocurrido, por Dios Santo?!
– Llegó una ambulancia y un equipo de bomberos… Rodearon el edificio por temor a que Vaslav saltara por alguna ventana…y los enfermeros se lo llevaron… – respondió vacilante mi padre.
– Pero¡¿ por qué?!,¡Quién dio el aviso?¿ a dónde se lo han llevado?- seguí gritando.
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– Nosotros avisamos a la ambulancia…pensando en vuestro bien. No pasó
nada, él estaba tranquilo y los enfermeros le permitieron que se vistiera. No
utilizaron la fuerza. Le explicaron que iba a ser ingresado en un hospital…
– ¿En qué hospital?
Mi padre no sabía a qué hospital le habían llevado. Salí corriendo, dominada por el pánico, hacia el Hospital psiquiátrico universitario, el Burghölzli, donde estaría el Dr. Bleuler. El médico estaba en el hospital, pero no Vaslav. Me tranquilizó y me dijo que posiblemente lo habrían ingresado en el Asilo estatal; telefoneó y le informaron de que estaba allí ingresado. Quise salir inmediatamente a reunirme con él. El Dr. Bleuler me acompañó. Llegamos en su coche y al llegar un médico de guardia le llevó aparte; cuando salió a los pocos minutos de hablar con el joven médico, me miró y me dijo:
– Ha empeorado.
Cuando llegué a la inmensa sala de paredes grises donde Vaslav estaba en medio
de muchos otros enfermos, le vi pálido, sentado en una silla, inmóvil como una estatua, con la mirada perdida y sin hacer el menor signo de reconocerme. Le abracé, le besé con toda ternura, repetí su nombre una y otra vez, no pude contener el llanto ante la ausencia de toda respuesta. No reaccionaba, como si estuviera muerto, viviendo aún. El Dr. Bleuler me cogió por el brazo, intentando sacarme de la sala.
– Ha sufrido un ataque catatónico- me dijo- Ha sufrido un shock con la
experiencia del internamiento y ha reaccionado así. Lo siento muchísimo.
Fue el momento más cruel de mi vida; sentía mi corazón y mi alma desgarrarse, temí no poder soportar tanto dolor. Me venían ideas locas sobre qué hacer en ese momento. “Me quedaré aquí, en este Asilo, sin salir, hasta que Vaslav salga de esta crisis”. Y también pensé: “Ahora mismo me lo llevaré, lo sacaré de aquí; me lo llevaré a casa o al hospital del Dr. Bleuler”. El Dr. Bleuler y el médico de guardia me convencieron finalmente de
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que en el estado en el que se encontraba mi marido no era sensato llevarle a ningún sitio. Cuando en unos días reaccionara al tratamiento, podía pensar en trasladarlo a otro hospital privado.
Solamente el pensamiento y la imagen de Kyra me dieron fuerzas para poder volver al Hotel. Estaba tan enfadada con mis padres que no deseaba verlos. Al llegar al Hotel abracé a mi hija y le dije a mis padres que me dejaran sola, que se retiraran a su habitación. ¡Y que no volvieran a inmiscuirse en las decisiones que yo tomara sobre mi marido y mi hija!
A primeros de marzo trasladé a Vaslav al Sanatorio Bellevue, en Kreuzlingen, donde le dejé bajo la supervisión del Dr. Binswangers. Lleva en Bellevue seis meses ingresado y no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado; ahora tiene alucinaciones, de vez en cuando reacciones agresivas y, para colmo, se niega a comer nada. No puede seguir así. ¡Tengo que hacer algo…más por él…algo que la ciencia no puede hacer. Necesito volver a recordar y contarme a mí misma todo lo que ha sucedido, cómo empezó todo…tengo la esperanza de que si comprendo qué ha sucedido en su interior, cuándo y por qué comenzó su locura, quizás podré hacer algo útil por él.
DOS: Los años que precedieron a la crisis
En el otoño de 1917, mientras Europa seguía sumida en la Gran Guerra, en Rusia los bolcheviques tomaban el poder y proclamaban el Estado soviético, Vaslav, Kyra y yo descansábamos en una casita, en los alpes suizos, a las afueras de St. Moritz. Estábamos inaugurando una vida de tranquilidad que nuestros continuos viajes y giras hasta entonces nos la habían impedido.
En los años inmediatamente anteriores habíamos viajado sin parar, por toda Europa, por Sudamérica; nos habíamos casado en Argentina, en Buenos Aires, habíamos vuelto a París, Londres, Madrid y mi marido estaba en la cumbre de la fama siendo la gran estrella de Los Ballets Rusos, dirigidos por Diaghilev.
Pero mi boda con Vaslav, a la que se oponía Diaghilev como amante de Vaslav, precipitó la ruptura de ambos. Esto ocurrió en el verano de 1913. La ruptura con Diaghilev fue un hecho muy importante para Vaslav, tanto en su carrera artística como para su personalidad. Quizás con esta ruptura comenzó el declive de su éxito y el inicio de sus trastornos de conducta… no estoy segura.
Serguei Diaghilev lo era todo para Nijinsky: su promotor, el director de los Ballets Rusos, su amante, su padre en funciones. Y esta relación que había comenzado en la adolescencia de mi marido, había sido muy larga. Era, pues, muy lógico que Vaslav tuviera deseos de independizarse de esa figura de padre, de protector, de amante, omnipresente; además de impedirle sentirse autónomo, su relación con Diaghilev confundía y bloqueaba su sexualidad normal y su relación con las mujeres. Diaghilev ocupó en la vida de mi marido, hasta mi aparición, el vacío de su padre. La relación amorosa entre ambos desdibujaba, anulaba sus acuerdos, los contratos por las actuaciones; Diaghilev no materializaba los ingresos económicos que Vaslav tendría que haber recibido, como primera estrella de la Compañía. Serguei le mimaba, le compraba todos los caprichos, corría con todos los gastos, pero no le pagaba; Vaslav le puso un pleito, por impago de salario, cuando Diaghilev le despidió de la Compañía en 1913. La sentencia tardó tres años, y fue favorable a Vaslav: obligaba al empresario a pagarle cincuenta mil francos. De este asunto aún escribe en su “diario”, en medio de ideas más locas:
“No me gustan los acreedores. No me gusta ser deudor. Quiero jugar a la Bolsa. Quiero robar. Quiero matar a un hombre rico, pero no con la muerte de su cuerpo, sino con la muerte de su inteligencia. Yo no soy inteligencia. Soy razón. Con la razón conseguiré más que con la inteligencia. He compuesto un ballet en el que mostraré la inteligencia y la razón y toda la vida de la gente, sólo necesito que me ayuden a ello. He pensado en Vanderbilt…pero lo he descartado pues es un prestamista. No me gustan los deudores y por eso ganaré el dinero para ese ballet por mí mismo. Diaghilev es un deudor. Diaghilev me debe dinero. Piensa que me lo ha pagado todo. Diaghilev perdió el juicio en Buenos Aires. Yo le gané cincuenta mil francos en el juicio…”
Yo creo que necesitaba la ruptura con Diaghilev para sentirse hombre y poder estar conmigo. Pero mi amor y mi presencia solo parcialmente llenó el vacío que le rodeó tras la ruptura con él.
Antes de constituirnos como pareja, cuando aún éramos sólo amigos, Vaslav, en las ocasiones en las que hablábamos de nuestras familias, siempre hablaba mal de su padre y nunca hacía la menor crítica a su madre; como si hubiera tenido el peor padre del mundo y la mejor madre. Pero, por lo que contaba, yo veía que las cosas no habían sido tan claras; su padre le había enseñado las bases de la danza, Vaslav había heredado de él su excepcional agilidad y su dominio de la escena. Aunque el padre se separó de la madre siendo Vaslav muy joven, intermitentemente se hacía presente y se seguía
interesando por los problemas de sus hijos, Bronia y Vaslav. También iba a visitar al mayor, a Stanislav algunas veces, al Asilo de Moscú, donde llevaba ingresado por enfermedad mental desde los once años.
Era Vaslav el que nunca podía ir a ver a su hermano, por la angustia que le producían esas visitas, encontrarse con la terrible enfermedad de Stasik, su hermano querido, su hermano inseparable de él, su doble durante toda su infancia.
Mi marido no ha tenido el padre ideal que un hijo desea, pero tampoco el terrible padre que él pintaba. Cuando dejó de hablar de su padre, empezó a criticar y a quejarse de Diaghilev, haciendo lo mismo que había hecho con los recuerdos de su padre: fijándose sólo en los defectos, en su carácter dominante e impulsivo, en todas las deudas económicas que había contraído con él, no pagándole regularmente. Alguna vez me llegó a decir que en su relación con Sergei, se sentía como el personaje de Petrushka: una marioneta, un estúpido bufón, que no tiene derecho a expresar sus sentimientos, a ser libre, ni siquiera a casarse conmigo; como si su vida la tuviera que decidir íntegramente Diaghilev.
De su madre nunca hablaba mal, no hacía ninguna crítica. Y sin embargo, cuando la conocí me pareció una mujer de una tristeza crónica, incrementada con toda seguridad, desde que su marido la abandonó. Con sus hijos mostró siempre una actitud posesiva sobre todo después de quedarse sola con ellos. Reaccionó a este abandono aferrándose con pasión a Vaslav y Bronia, pues al pobre Stanislav le perdió muy pronto en manos de la siniestra enfermedad.
Fue el propio Vaslav el que me contó cómo su madre se oponía sistemáticamente a todos sus primeros amores en San Petersburgo, bailarinas jovencitas, seducidas a su vez por la belleza y la genialidad del joven Nijinsky. Sin embargo, curiosamente no se opuso a las relaciones de su hijo adolescente con hombres protectores que además de protegerle pedían también involucrarle en relaciones afectivas, como ocurrió con el príncipe Lvov, secretario del Ministerio de transportes y comunicaciones. Tampoco posteriormente, su madre puso objeción alguna a la relación con Diaghilev.
Su madre no es ninguna madre ideal, ni una pobrecita esposa abandonada, cuyos hijos la deben vengar de la afrenta del abandono, como a veces Vaslav da a entender. Es una madre con sus virtudes y sus defectos, como la mayoría de las madres.
Pero me doy cuenta de que la historia con su familia, ni tampoco la ruptura con Diaghilev, explican claramente el por qué de su enfermedad. Todas las familias tienen tensiones, pasan por momentos duros, sufren cambios y no por eso aparecen enfermedades mentales. La realidad es que desde hace más de cuatro años mi marido ha venido manifestando conductas aisladas, “raras”, aunque no frecuentes. Ya desde nuestra estancia en Londres, a principios de 1914, después de su ruptura con Diaghilev y el contrato con Alfred Butt del Teatro Palace de Londres, sus conductas agresivas frecuentes y sus exageradas reacciones de ofendido por nimios detalles, aparecían intermitentemente e hicieron inviable continuar la temporada en Londres; Butt aprovechó unas fiebres que retuvieron en cama a Vaslav para suspender las actuaciones y rescindir el contrato. Después, viajamos a Hungría a visitar a mis padres, para que conocieran a mi marido; yo ya estaba embarazada de Kyra.
Cuando estalló la Gran Guerra, en agosto de 1914, estábamos, pues, en Hungría, en casa de mis padres; allí di a luz a mi hija, en el mes de junio. Como Hungría y Rusia estaban enfrentadas, Vaslav, como ciudadano ruso tenía la condición de prisionero, y por lo tanto no podíamos salir del país. En aquellos meses de obligada tranquilidad familiar también mi marido se mostraba inestable, incapaz de disfrutar de nuestra hijita y del cariño de mis padres; todo le parecía mal, tenía crisis de irritabilidad y de depresión tan llamativas, que le convencimos de que fuera a la consulta del famoso neurólogo Dr. Paul Ranschburg. Accedió y el médico le diagnosticó “Neurastenia acompañada de estados depresivos”. Yo atribuía su malestar a no tener proyectos artítsticos en ese momento, a un miedo difuso a la situación de guerra y a la preocupación por lo que le sucedería a su familia en Rusia.
Después de casi dos años en Budapest, gracias a Diaghilev, que quería recuperarle de nuevo para los Ballets Rusos y a nuestros buenos contactos, sobre todo a través del rey de España y el embajador inglés en Budapest, pudimos salir de Hungría y Vaslav pudo seguir bailando. Aceptó la propuesta de Diaghilev de una gira por América comenzando en Nueva York. Embarcamos en Bordeaux y llegamos al puerto de Nueva York el 4 de abril; allí nos estaba esperando Diaghilev y un grupo de bailarines de la Compañía. Al llegar a tierra Diaghilev le abrazó y le besó con efusividad; pero Vaslav reaccionó fría e inoportunamente: cogió a la pequeña Kyra y se la puso en los brazos de Diaghilev, diciéndole:
-Hasta que no me pagues todo lo que me debes no actuaré en la Compañía.
-Te pagaré todo lo que te deba, Vaslav. Si te he llamado no es para aprovecharme de ti, sino para hacer las paces. Tú me necesitas y yo te necesito.
Todos los bailarines se quedaron sorprendidos y confusos ante esta escena de bienvenida. Negociaron durante una semana. Finalmente, el 12 de abril Nijinsky actuaba por primera vez en Nueva York, después de tres años alejado de los Ballets Rusos. Su papel en El Espectro de la Rosa tuvo un éxito apoteósico.
Pero la gira por América, la última actuación de Nijinsky con los Ballets Rusos, terminó amargamente. Me parecía como si su odio hacia Diaghilev le robara la tranquilidad y la alegría que un artista necesita para salir al escenario. Aunque siguió teniendo enormes éxitos durante la gira americana, las discusiones con miembros de la compañía, empresarios, técnicos eran continuas. Al llegar a Buenos Aires, antes de regresar a Europa, Vaslav quiso tomar un barco distinto al de la Compañía. Pero como su conflicto era con Diaghilev, no con los bailarines y músicos, me propuso ir al puerto, en Río de la Plata, a despedirse de sus compañeros.
Mientras desde el muelle despedíamos a los Ballets Rusos, viendo el barco alejarse poco a poco, sentí que, ahora sí, la relación de Nijinsky con los Ballets Rusos de Diaghilev, había finalizado para siempre.
Estoy interesada en seguir leyendo….No estoy interesada en el ballet, sólo en la vida de Nijinsky
Puede bajárselo gratis en http://www.intratextos.com
Yo soy el autor y me gustaría que me comentara algo después de su lectura. Gracias. Un cordial saludo,
F.Delgado
estupenda su pagina,el texto sobre nijinsky genial pero deja con ganas de mas,no encuentro bibliografia sobre el,ni de otros grandes de la danza como pavlova.Gracias
Me encanta la fotografía.una mirada desde la inconciencia
[…] Silvia Sanchez. (2012). La locura que paraliza a la danza. marzo 14, de balletómanos. Recuperado 12/02/2016. Sitio web: https://balletomanos.com/2012/03/14/la-locura-que-paralizo-la-danza-un-relato-sobre-nijinsky/ […]