Una gala siempre es un motivo de celebración (aunque los balletomanos de Madrid no tengamos mucho que celebrar, pero eso es otro cantar), sobre todo cuando el reparto de bailarines acompaña. Así que no hubo razones para no abandonarse al aplauso, por mucho que hoy desde la reseña del País, acusen al público de estar «demasiado predispuesto al aplauso compulsivo´´. El público del Teatro Real no es nunca demasiado afectuoso con la escena, aún menos durante los actos diplomáticos, y ayer quizá los reyes y demás autoridades en el palco principal se llevaran más atención del público que los bailarines.
Y, ¿por qué no aplaudir?, al fin y al cabo durante una gala no hay pausas dramáticas que interrumpir, así que, señores y señoras ¡aplaudan si ven algo que merezca la pena!. Yo misma tengo una regla, aplaudo algo que me guste y/o algo que sé que requiere mucho esfuerzo. Y si uno está confortablemente (o inconfortablemente, según el sitio) sentado en su butaca, mientras en escena los bailarines están poniendo todo su ser en dar un buen espectáculo, es recíproco intentar igualar al menos su empeño con nuestro aplauso.